viernes, 29 de julio de 2011

Embajadores en el infierno



España Embajadores en el infierno José María Forqué Los prisioneros españoles en un campamento ruso
La gesta de la División Azul en la campaña de Rusia durante la II Guerra Mundial fue una cruzada. Lo escribió Fernando Sánchez-Dragó en una dragontea suya de 1992 para la revista Época. «Querían liberar el territorio de la Santa Rusia. Querían parar los pies malolientes y mojar la oreja sorda del comunismo. Con Franco o sin Franco, con nazis o sin nazis, la División Azul —quizá con otro nombre, pero con los mismos hombres— habría estado allí (…). Fue la última vez que España entró con decoro en Europa». Y antes de Dragó, el fabuloso capitán Palacios en la dedicatoria de este libro: «A todos cuantos lucharon en el frente del Este en defensa de una civilización que no se resigna a perecer». Dragó no tanto, pero Palacios merece todo mi crédito; el mío y el de cualquiera con dos dedos de decencia que haya leído las memorias de guerra y cautiverio del bravo divisionario. En ellas está la prueba de que Palacios era un hombre cabal. Y cuando un tipo así dice algo, al resto no nos queda sino suscribirlo. O sea, que fue una cruzada. Si ésta fuera una obra de ficción, sería empalagosa, como lo son las moralinas en las que, al final, la virtud sale recompensada. Pero está basada en hechos reales. Su autor, Torcuato Luca de Tena, dueño de una imaginación portentosa, no adornó el relato con una sola imagen salida de su cabeza. Aparcó al novelista que llevaba dentro y sentó delante de la máquina de escribir al reportero que también era. El resultado es la crónica de los años en los que un puñado de combatientes españoles, intrépidamente capitaneados por Palacios, fueron presos de Stalin. El relato está escrito con garra: atrapará al lector en la primera frase y no lo soltará hasta la última. Se lee como una novela de aventuras. El final, a bordo del Semíramis atracando en el puerto de Barcelona, no es feliz, sino apoteósico. Puede también leerse Embajador en el Infierno como una guía sin estrellas ni tenedores de los campos de exterminio de Stalin. O si se quiere, como una radiografía política de la Rusia comunista. A Palacios no le hizo falta pedir permisos de fines de semana —que le hubieran sido denegados— para salir a tomar notas. En la URSS, las alambradas, aunque pinchaban, eran puro atrezzo. No delimitaban territorios libres de otros que no lo eran, sino distintas formas de cautiverio, unas dentro de otras, como las matrioskas. «La cárcel infinita», escribió Joaquín Calvo Sotelo. Luca de Tena acierta hasta en el título: Teodoro Palacios Cueto fue el mejor embajador que España pudo tener en ese infierno a tantos grados bajo cero poblado por fantasmas que hurgaban en las letrinas en busca de alimentos no digeridos que llevarse a la boca. El tiempo que duró su misión involuntaria en el averno rojo, el capitán dejó el pabellón español bien alto. Nunca dejó de defender la dignidad de sus «soldadicos» frente a la barbarie bolchevique, incorporando al lenguaje diplomático la dialéctica de los puños las veces necesarias. Los rusos lo intentaron todo contra él para que hincara la rodilla, para que humillara la cerviz. Pero pincharon en hueso. Más que un tratado de diplomacia, es este libro un código militar puesto en ejemplos: palabras como «honor», «disciplina», «lealtad» se llenan de contenido encarnándose en los duros divisionarios. Decía Palacios que en Rusia se jugó y se perdió la primera carta. Se equivocó el capitán. Su heroica resistencia y la de sus hombres frente a los burócratas de la muerte en Cheropoviest, Oranque, Jarcoff, Odesa y el resto de prisiones por donde pasearon su españolísima altivez puso las bases para la voladura controlada del comunismo verificada el 9 de noviembre de 1989, gloriosa fecha en que cayó el Muro. Después de años de ostracismo, regresa a los escaparates Embajador en el Infierno. (…) BHL devuelve al libro la dignidad perdida, cuidando tanto los detalles de edición, que cada ejemplar recuerda a uno de esos jóvenes engominados de las fotografías que se enrolaban en la División Azul para hacer morder el polvo al comunismo. Agradezco esta oportunidad de unir mi nombre, aunque sea con trampa, al del capitán Palacios, al de los tenientes Castillo, Altura y Molero, al del alférez Rosaleny, al del sargento Ángel Salamanca y al de Victoriano Rodríguez, «antiguo arriero entre Barcarrota y Badajoz, símbolo y modelo del bravo, sufrido y generoso soldado español ». Quiera Dios que, andado el tiempo, este ejemplar caiga en manos de un despistado lector que, al leer mi nombre a pocas páginas de los de aquellos cruzados de la causa anticomunista, piense que yo también tomé parte en la epopeya de la División Azul, una de las más altas ocasiones que vieron los siglos. Nada más lejos de la realidad… ni más cerca del deseo. “Teodoro Palacios Cueto, nacido el 11 de septiembre de 1912 en Potes, Santander. Hijo de hidalgos pobres. Cristiano viejo. Capitan de infantería. Hecho prisionero el 10 de febrero de 1943, en el frente de Leningrado, sector de Kolpino, cerca de Krasni-Bor. Prisionero en los campos de concentración de Cheropoviets, Moscú, Suzdal, Oranque, Potma, Jarcof, Borovichi, Rewda, Cherbacof y Vorochilogrado. Condenado tras las celdas por insubordinación en Kolpino (por negarse a declarar desnudo, pues aquello atentaba contra su dignidad militar); en Suzdal (por negarse a realizar trabajos agrícola, ante un piquete de soldados con armas cortas y perros policías, pues aquello según él violaba la Convención de Ginebra sobre Prisioneros de Guerra); en Orenque (por acudir en defensa de unos rojos españoles secuestrados por los rusos en una barraca); en Potma (por defender al teniente Altura, que había sido agredido por un centinela); en Jarcof (por negarse a trabajar como en Suzdal)); en el número 1 de Borovichi (por encerrarse voluntariamente por solidaridad con un alférez a quién habian maltratado); en Rewda (por escribir al Gobierno soviético dos cartas replicando a un discurso de Vichinsky)…” Por Torcuato Luca de Tena,Embajadores en el infierno es una película española de 1956 basada en el libro homónimo del Capitán Palacios y con epílogo de Torcuato Luca de Tena. El guion y la dirección son del escritor José María Forqué.El catorce de julio de 1941, de la Estación del norte partió un tren con una división de soldados voluntarios hacia Alemania para luchar contra los soviéticos, que se llamaba División Española de Voluntarios (DEV). Más tarde pasó a llamarse la División Azul, porque las camisas falangistas que llevaban los soldados eran azules. La película comienza con la imagen de unos prisioneros llevados por unos soldados rusos, estos soldados prisioneros pertenecen a la División Azul, y entre ellos van cuatro tenientes y un capitán. Se les interna en un campo de concentración. Por presentar en más de una ocasión sus actitudes políticas falangistas, y por insultar al comunismo, se les traslada a una cárcel, con una pena de veinticinco años. Allí encuentran a más camaradas españoles, que han sido encarcelados por lo mismo. Los soviéticos les presentan la alternativa de perder la nacionalidad española y pasar a formar parte del ejército ruso. Con esto ganarían su libertad. Solamente dos hombres aceptan, y pierden su nacionalidad española convirtiéndose en ciudadanos rusos. Los prisioneros italianos son repatriados, y los soldados españoles comienzan a tener un trato inferior al de los demás prisioneros. No reciben correspondencia de sus familias, ni los regalos ni la ropa enviada por el régimen de Francisco Franco. Los guardan en armarios. Así, comienza una huelga de hambre, a la que los responsables de la prisión no le dan importancia, hasta que muere un soldado español, y los responsables comprenden la situación, de manera que les comienzan a dar todos los regalos y comidas guardados. Un día, tras once años de sufrimiento, todos los prisioneros españoles son embarcados en un tren, cuyo rumbo desconocen totalmente; al llegar se abren las puertas del tren, y ven que se encuentran en un puerto de Rusia, y amarrado con una pasarela, un barco de la Cruz roja, lo que significa que se los llevan de vuelta a España. Los soldados comienzan a pasar por la pasarela. En la pasarela hay dos mujeres de la Cruz Roja con unas listas, los soldados dicen su nombre, y si están en la lista, pasan, si no, se quedan en Rusia. Los dos españoles que abandonaron su nacionalidad para convertirse en rusos se encontraban también allí. Uno se había convertido en un teniente ruso, y vigilaba la fila. El otro, al ver la oportunidad de retornar a España, trata de subir al barco, pero no está en la lista. Trata de subir forcejeando, pero el teniente le dice Pero, Federico, ¿qué haces? Tú ya no eres español, eres ruso ahora, como yo. Entonces el ex español se derrumba y cae al fango. Suben los últimos españoles, y el barco parte. Viendo como se van, el teniente se dispara un tiro en la cabeza.













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