domingo, 17 de julio de 2011

Hermann Scheipers

Hermann Scheipers pasó directamente del horror nazi a vivir bajo la persecución comunista en la parte oriental de Alemania, dominada por la Unión Soviética hasta la caída del muro en 1989.

Este sacerdote católico de casi 98 años, nombrado “prelado de honor” por Juan Pablo II en 2003, participó el pasado fin de semana en las Jornadas sobre el Totalitarismo organizadas por el Movimiento Cultural Cristiano en la Casa Emaús (Torremocha, Madrid).


P:¿Por qué le enviaron al Campo de Concentración de Dachau?


En 1937, después publicarse la encíclica de PioXI “Mit Brennender Sorge” (“Con Enorme Preocupación”), los nazis pasaron a la persecución abierta de los católicos.

Ingresé en el campo de concentración de Dachau. Ahí concentraban a los presos de consciencia, principalmente comunistas y católicos. Los judíos y los gitanos se llevaban a otros campos de concentración.

En todo momento, mantenía una profunda confianza en Dios. Él era responsable de mi vida; no yo. Eso me daba un gran sosiego, incluso en los momentos más difíciles. Sin fe, mi vida hubiera estado llena de amargura y resentimiento.

P: ¿Qué significa para usted ser cristiano en el siglo XX y en el XXI?

Mi compromiso cristiano se ha tenido que curtir en los diferentes totalitarismos:

Primero, el nacional-socialismo. Nos perseguían porque no aceptábamos la supremacía de ningún hombre y, desde luego, no de Hitler.

Después, el comunismo, nos perseguían porque no aceptábamos la supremacía de Stalin, ni de la dictadura del proletariado. En la Unión Soviética se asesinaba a los cristianos en los Gulags (campos de concentración), o se les privaba de derechos civiles básicos, como en la Alemania comunista.

Tras la caída del muro, el capitalismo. Este totalitarismo consiguió vaciar las iglesias. Se mete en la forma de pensar de las personas como una serpiente invisible. Se propaga la libertad de religión, pero a través de la propaganda se encargan de que se ridiculice. Un sistema que produce tanta hambre en el mundo para el beneficio de unos pocos, no puede tolerar que los valores cristianos tengan fuerza en la sociedad.

Los totalitarismos se van haciendo más brutales, si no existe una sociedad organizada para evitarlo. Hitler empezó insultando a los judíos y, al ver que esto se toleraba, iba avanzando, hasta llegar al exterminio.

Cuando la vida humana deja de ser sagrada, todo es posible. En el capitalismo, el poder se va haciendo nuevamente señor sobre la vida y la muerte de los hombres. Se va aceptando la eutanasia, el aborto, el hambre en el tercer mundo. Unos pocos se enriquecen a costa de la vida de otros.

Hoy, los cristianos seguimos siendo un estorbo para la pretensión de los poderosos de dominar todos los aspectos de la vida de los hombres. Los totalitarismos exigen que nos arrodillemos ante el ídolo-estado, o algo similar.

Hoy podemos optar por escuchar la llamada de la libertad, o podemos priorizar el beneficio económico. Movimientos eclesiales como el Movimiento Cultural Cristiano están luchando por la dignidad de todo ser humano.

P: ¿Con qué se encontró en el Campo de Concentración?

Con lo peor y lo mejor de lo que un hombre es capaz. Un sacerdote dijo que en Dachau te convertías en criminal o en santo.

Los nazis enfrentaban unos grupos contra otros, creando un sistema de “capos”, de presos privilegiados que tenían que controlar a los otros presos. Los capos comunistas ejercían su labor con gran violencia contra los católicos. Yo vi como uno de estos capos asesinó a un sacerdote enfermo con una inyección de benzol. Lo hizo por puro odio ideológico. Pero también existían los capos que sólo nos maltrataban cuando miraban los nazis. Los que no morimos de hambre, tifus o asesinados, sabíamos que nos esperaba la cámara de gas. Cuando me llegó el turno, habían matado ya a más de 3.000 sacerdotes y tuve una de las experiencias de solidaridad más profundas de mi vida.

Otro sacerdote, muy enfermo, moribundo de hambre, me paró en mi camino hacia la cámara de gas para ofrecerme un pedazo de pan, el único del día. Quise rechazarlo porque a él le hacía falta para sobrevivir, mientras que yo moriría poco después. Pero él insistió, diciendo que los apóstoles descubrieron la presencia del Señor también al partir el pan. Lo acepté, profundamente conmovido. Yo me salvé; él murió. Desde entonces, cada vez que celebro la Eucaristía veo en la consagración el pan que él me había entregado.

Ser santo no es racional, el amor no es racional. Fue el contrapunto de luz frente a la irracionalidad que reinaba en el campo de concentración, la de la violencia y el asesinato planificado.

Poco antes de terminar la guerra, cuando ya se escuchaba a la artillería norteamericana, los nazis ordenaron abandonar el campo. Se organizaron las tristemente famosas “marchas de la muerte”, querían evitar que los aliados encontraran los campos de concentración en funcionamiento y con demasiados testigos.

Había un pabellón con enfermos altamente contagiosos. No quedaba tiempo para deshacerse de ellos, y para dar una impresión mínimamente civilizada, ordenaron a los capos de la enfermería (comunistas) quedarse a cuidarlos. Los capos se negaron. Se respiraba ya el fin de la guerra. Las SS, pidieron veinte voluntarios. Sólo respondieron los católicos, sólo ellos estaban dispuestos a sacrificar sus vidas, para no abandonar a los moribundos.

Era una entrega que ni Hitler ni Stalin podían tolerar, una entrega por encima de la propia muerte. Yo salí con miles de presos de la última “marcha de la muerte”. En el bosque logré escapar.

P: ¿Llevaron a cabo ordenaciones sacerdotales?

Nos estaba completamente prohibido celebrar la misa, lo hacíamos en secreto. Uno de los presos, Karl Leisner, expresó el deseo de consagrarse sacerdote, lo que parecía imposible. No había ningún obispo entre nosotros, decíamos medio en broma, que había que rezar para que detuvieran a alguno. Poco después, ingresaron al obispo Gabriel Piguet. Sólo nos faltaba obtener la autorización del arzobispo de Munich.

Al lado del Campo de Concentración había un vivero de flores. Una de las compradoras habituales se había ofrecido a hacer de mensajera clandestina entre los sacerdotes y el mundo exterior, por esta vía llegó la autorización del arzobispo. Francia y Alemania era enemigos en la guerra, pero aquí la ordenación la celebramos juntos, para un cristiano no existen las fronteras establecidas por los políticos.

Leisner murió poco después de la liberación, de una enfermedad contraída en el campo. Fue beatificado por Juan Pablo II en 1996 y en 2007 se abrió su proceso de canonización.

P: ¿Por qué persiguió Hitler a la Iglesia católica?


En las elecciones de 1932 y 1933 Hitler obtuvo mucho menos votos en las zonas católicas que en el resto del país. La Iglesia había advertido desde el principio que Hitler perseguía un proyecto totalitario, incluso mucho antes que otros estados e incluso el comité olímpico, que otorgó las Olimpiadas de 1936 a Berlín, se distanciaran de la Alemania nazi.

A partir de la encíclica de 1937, la Iglesia católica empezó a sufrir una creciente persecución. Hitler había conseguido fusionar a la mayoría de las iglesias evangélicas en la “Iglesia Alemana”, una iglesia nacional a las órdenes del régimen. Pero no pudo doblegar a la Iglesia católica.

Hitler, igual que Stalin, era una persona muy religiosa, obsesionada con imponer la salvación al mundo con él a la cabeza. No toleraban una Iglesia que obstaculizara su propio plan para salvar al mundo.

Cuando se encontraron los diarios del ministro de propaganda de Hitler, Goebbels, se pudo confirmar que después de la “solución final de los judíos” (su exterminio), vendría la “solución final de los cristianos”, aunque no antes de haber ganado la guerra. Mientras durara, se les seguía necesitando en el frente.

P: ¿Por qué hay quienes acusan a la Iglesia de haber colaborado con los nazis?

La Iglesia y los nazis fueron incompatibles y enfrentados desde el principio. Con la llegada de los nazis al poder, la Iglesia tenía el deber de defender el derecho a la libertad de culto, razón por la que firmó un concordato con los nazis. Los demás países también siguieron tratando a Alemania y su gobierno con normalidad, incluso cuando los nazis habían empezado ya a perseguir a los católicos, tras haber roto todos los acuerdos del concordato. Los que acusan a la Iglesia de colaboración lo hacen para ocultar sus propios desatinos en aquella época.

P: Una vez en libertad, pasó a la Alemania comunista. ¿Por qué?

Yo quería ser sacerdote donde más falta hiciera. Después de la guerra, fue en la Alemania ocupada por la Unión Soviética. Mi familia no quería que después de haber sobrevivido milagrosamente del campo nazi, me pusiera ahora en las garras de Stalin. En la Alemania comunista nuestros medios eran tan precarios que recuerdo una misa en invierno en la que se había congelado el vino en el cáliz durante la celebración.

Los comunistas había establecido un filtro terrible: la fiesta de la “consagración de la juventud” con la que pretendían desactivar la confirmación, de católicos y de los protestantes. Los obispos católicos y protestantes no permitieron confirmarse a aquellos que habían aceptado el ritual pagano. Esto tenía gravísimas consecuencias, quien no participaba en la “consagración de la juventud”, jamás tendría la menor posibilidad de ser admitido en la universidad o en un buen puesto de trabajo. Cuando denuncié públicamente esta situación, la reacción de los comunistas fue acusarme de difamación de las autoridades.

*Entrevista realizada y traducida por Rainer Uphoff

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