miércoles, 20 de junio de 2012

matthias sindelar












Sindelar, leyenda de Austria, se negó a jugar con la Alemania nazi en 1938 y murió en extrañas circunstancias junto a su esposa.
Una fría noche vienesa del 23 de enero de 1939, el fútbol perdió para siempre a un héroe, a un hombre cuya dignidad superó con creces sus extraordinarias cualidades deportivas. Aquella perruna noche, Mathias Sindelar, el mejor deportista austriaco del siglo XX, según votación popular, fue encontrado muerto en la cama de su apartamento junto a su mujer, Camila Castagnola, una judía de origen italiano. Sindelar, judío también, se había negado a jugar con la Alemania nazi, de cuyos dirigentes se mofó durante un partido, tras la anexión austriaca de 1938, una ofensa para el III Reich, que le persiguió de por vida. Su muerte aún despierta grandes recelos entre los historiadores. Los forenses oficiales mantuvieron que la muerte se produjo por la inhalación del monóxido de carbono de una estufa, pese a que algunos investigadores revelaron que ésta no tenía desperfectos y que en el apartamento no olía a gas. Unos sostienen que fueron delatados por un ex compañero de Sindelar en la selección austriaca. Otros apuntan a un suicidio por el régimen de terror.

Sindelar, hijo de unos pobres emigrantes checos, nació el 10 de febrero de 1903 en Moravia, en la frontera con Bohemia, en la República Checa. Dio sus primeros balonazos en las calles del vienés distrito obrero de Favoriten, uno de los más deprimidos de la capital austriaca. Su padre, albañil, falleció en 1917 en la Primera Guerra Mundial y aquel espigado y desgarbado chiquillo que jamás se separaba de la pelota se crió junto a su madre, que lavaba ropa, y sus tres hermanas. Su habilidad con el balón le hizo muy popular en la barriada, donde se le apodó Papierene [hombre de papel]. La causa: su extraordinaria habilidad para filtrarse entre las defensas enemigas. El eco de su destreza hizo que a los 15 años le fichara el Hertha Viena. Cinco años más tarde, tras haber aprendido el oficio de cerrajero y quedarse en el paro, se enroló en uno de los grandes clubes de la ciudad, el Austria Viena, una institución ligada a la comunidad judía, a la que hizo campeona de Copa en sus tres primeras temporadas. Con el Austria Viena anotó 600 goles en 700 partidos, una estadística impresionante para un futbolista que, pese a su posición de delantero, disfrutaba más como organizador. Según los cronistas de la época, prefería un regate que un gol. En 1926 debutó con la selección austriaca y marcó el segundo tanto de la victoria ante Checoslovaquia (2-1). Ahí comenzó su leyenda futbolística, una carrera dramáticamente interrumpida cuando Sindelar, conocido también como el Mozart del fútbol, registraba 27 goles en 44 partidos internacionales. Su desgarro, deportivo y personal, estaba por llegar.

Austria, al igual que muchas otras selecciones europeas, rechazó acudir al Mundial de Uruguay de 1930, una expedición tan cara como fatigosa. Por entonces, el Wunderteam, [el equipo maravilla], no tenía rival. En mayo de 1931 marcó un hito al ser la primera selección que derrotaba a Escocia a domicilio (0-5). La admiración por la máquina austriaca se extendió por toda Europa. Dejaba huellas imborrables a su paso: 4-0 a Francia, 6-0 a Alemania, 8-2 a Hungría... La figura de Sindelar resultó tan impactante que el Manchester United intentó su fichaje. Pero el jugador tenía un acentuado apego a sus raíces y en su país era tan popular que se convirtió en uno de los primeros iconos comerciales del fútbol.

Se acercaba el Mundial de Italia de 1934 y el favoritismo austriaco era unánime. Sindelar, un goleador mayúsculo, y sus compañeros recibieron el primer azote político de sus desgarradoras carreras. Mussolini manipuló el torneo y en la semifinal ante Italia, Austria, impotente tras ver cómo le anulaban varios goles, perdió 1-0. Cuatro años después del expolio de Mussolini, la Alemania nazi ocupó Austria. Hitler, al igual que el fascista italiano, estaba al corriente del poder hipnótico del fútbol entre el pueblo, un reducto propagandístico perfecto. De hecho, el Führer ya había retorcido para la causa los Juegos de Berlín de 1936. Con el Mundial de Francia del 38 a la vista, Alemania seleccionó a todo el Wunderteam, que al no ser ya un país -sino la provincia alemana de Ostmark-, no podía competir internacionalmente. Antes, para celebrar su conquista, Alemania, con algunos de sus nacionalizados austriacos, organizó un amistoso contra Ostmark. Sindelar se negó a jugar con los nazis y alegó que a los 35 años su cuerpo estaba muy castigado. Su dignidad le impedía enfundarse una camiseta con la esvástica y luego levantar el brazo durante el himno. Días después se retrató: Sindelar, que primero se burló de los nazis al fallar varios goles intencionadamente, marcó finalmente uno de vaselina. Ostmark venció 2-0 para humillación de su invasor y, tras su gol, Sindelar bailó ante el palco de los jerarcas nazis. Comprobado su rendimiento, el seleccionador alemán, Seep Herberger, intentó otra vez su fichaje. Mathias se negó. Herberger declararía tiempo después que, aunque nunca se lo dijo claro, Sindelar no quería identificarse con los invasores.

La negativa resultó fatal para el jugador y su compañera judía, que se quedaron sin su principal sustento, condenados por el régimen al ostracismo y más tarde perseguidos. Algunos compañeros de Sindelar, como el ex capitán de la selección austriaca, Nausch, tuvieron más suerte. Cuando fue obligado a divorciarse de su esposa judía, logró huir con ella a Suiza. Sindelar, que llegó a regentar un café en Viena, no lo consiguió y estuvo ocho meses refugiado junto a Camila. Los nazis ofrecieron una recompensa por su captura, al tiempo que se multiplicaba la cacería judía. Las noticias sobre la depuración nazi, los campos de exterminio y las cámaras de gas se sucedían. El cerco sobre Sindelar se estrechaba, hasta que la policía informó de su muerte. Un día después falleció Camila en un hospital. Lo que no pudieron impedir los nazis fue el extraordinario tributo popular que recibió Sindelar, convertido en un símbolo de la resistencia. Se prohibió cualquier manifestación de duelo, y aún así 15.000 personas asistieron al funeral en medio de grandes medidas de seguridad. Se amontonaron miles de telegramas de pésame y los servicios de correos se atascaron. La calle en la que vivía, Laaerberg pasó a llamarse Sindelarstrasse.

Hoy, el Alemania-Austria evoca la figura de alguien que se atrevió a desairar a un monstruo, aunque ello le cortara de raíz una carrera extraordinaria que el escritor Friedrich Torberg relataba así: "Jugaba como nadie, ponía gracia y fantasía, jugaba desenfadado, fácil y alegre, siempre jugaba y nunca luchaba". Cuando lo hizo, le costó la vida.

Elegido ‘Futbolista Austríaco del Siglo XX’, su legado va mucho más lejos de la maravillosa selección que comandó: fue un canto a la dignidad. Por PABLO ARO GERALDES Austria quedaba más lejos de Uruguay en 1930 y, como otros países europeos, decidió no acudir al primer Campeonato Mundial. Sobran crónicas que lo señalan como el mejor fútbol de entonces. La Selección guiada por Hugo Meisl era llamada Wunderteam, el equipo maravilla. En su estilo fino y coordinado, comparado con una orquesta vienesa, se destacaba un largo y desgarbado violinista: Matthias Sindelar. Era tan flaco y alto que parecía quebrarse, su imagen débil le valió el apodo de Papierene, el hombre de papel. Pero su fragilidad no importaba cuando paseaba la pelota junto a su pie derecho. Había nacido el 8 de febrero de 1903 en Kozlov, una aldea morava que pertenecía al Imperio Austro-Húngaro. Único hijo varón entre tres hermanas, tuvo su mejor amigo en un balón que hacía correr por las calles de Viena, donde no pasó desapercibido… A los 15 años empezó a vestir la casaca del Hertha y a los 20 ya era la figura del gran FK Austria, con el que ganó tres copas nacionales en los primeros tres años. En el club, ligado a la comunidad judía de Viena, conoció a su mujer, Camila Castagnola, hija de judíos italianos. En 1926 debutó en la Selección, donde empezó a deslumbrar a Europa. En 1931 fue el summum: Austria humilló a Escocia 5-0 en Glasgow. Para el Mundial de 1934, el Wunderteam era candidato al título mundial, pero tuvo un escollo mayor que la gran Selección Italiana en semifinales. Varios testigos aseguraron que el régimen fascista de Roma había amenazado a los árbitros, y el gol de Guaita fue el único que figuró en el score. Los dos de Sindelar no fueron cobrados por offsides. Mal sancionados, claro. Los sueños del equipo austríaco debían esperar cuatro años, hasta el Mundial Francia ‘38. Pero no pudo ser. En marzo de ese año, el III Reich invadió Austria y en abril hubo un referéndum entre la población: el 99,73 % de los austríacos estuvo de acuerdo con la anexión. Claro, en la papeleta se debía poner una cruz en un gran casillero que decía SÍ o en uno más pequeño el NO… ¿Manipulación? Eso no era nada, se debía votar delante de los oficiales de la SS y entregarles la boleta en la mano. Austria se convirtió en la provincia de Ostmark. Ya no era un país, no podía jugar el Mundial. Para Hitler, tal como pretendió hacerlo con los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, una victoria germana sería una gran propaganda para su delirio de la ‘raza superior’. Como los mejores futbolistas eran los austríacos, podía echar mano a ellos. Ahora, Alemania era la favorita para el Mundial. Pero Sindelar, de 35 años, alegó una lesión para no ponerse la camiseta con la cruz swastika ni hacer el repugnante saludo nazi. Antes de la copa, el Führer organizó un ‘amistoso’ para celebrar el Anschluß, la ‘unificación’: Alemania (con los mejores jugadores del Wunderteam) contra Austria. Sindelar se curó de golpe para vestir la casaca de su país, aun en condiciones desiguales. Sabía que si Austria ganaba ante los ojos de Hitler, estaría en problemas. Pero a veces el hombre prefiere ser leal a su corazón: el viejo Matthias jugó el mejor partido de su vida y marcó los dos goles ante la escuadra nazi. Lo ‘invitaron’ nuevamente a jugar el Mundial para Alemania, pero se negó. Entró a las listas negras. Nausch, el capitán de Austria, logró huir a Suiza junto a su esposa judía. Sindelar y su mujer no pudieron. Ya no lo dejaron jugar, tampoco andar por la calle… Los nazis ofrecieron recompensa a quien los delatara. Tuvieron que esconderse. La persecución se hizo feroz, insoportable. Los judíos encarcelados eran llevados a campos de concentración; el futuro era negro. Todo se hubiera 'resuelto' poniéndose la camiseta alemana, pero el deseo de ser digno fue más fuerte. El holocausto estaba por comenzar, pero él no lo iba a conocer. Era 23 de enero de 1939; sabía que girando la llave del gas no podía impedir el tremendo horror que se venía. Pero ya no iban a sufrir. Cuando la policía nazi encontró los dos cuerpos, prohibió todo tipo de manifestaciones: 40 mil vieneses desafiaron al terror y acompañaron a Sindelar y a Camila hasta el cementerio. El correo colapsó ante los miles de telegramas de condolencia que llegaron desde toda Europa. Como pudo, de un modo triste y sin retorno, el mejor jugador del mundo le hizo una gambeta al horror y a la locura de Hitler.

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