domingo, 29 de junio de 2014

IDA

Pawel Pawlikowski -polaco de nacimiento, francés de adopción- ha querido indagar en ‘Ida’ (2013) en uno de los episodios más oscuros de la historia de Polonia: el antisemitismo que emergió dentro de la población polaca al auspicio de la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Ida (Agata Trzebuchowska ), una joven novicia que ultima los preparativos para tomar los votos, descubre un gran secreto sobre su propia identidad, una revelación que la conducirá a una búsqueda de sus raíces. El encuentro con su tía Wanda (Agata Kulesza), que al principio comienza como un mero trámite, acaba perturbando el equilibrio sobre el que la joven había construido ya no sólo su pasado, sino también su futuro. Mediante un planteamiento de “road movie”, Pawlikowski acompaña a las dos protagonistas a través de la geografía y la historia de una República Popular de Polonia devastada y empobrecida, controlada férreamente por el Partido Obrero Unificado Polaco bajo la tutela de la U.R.S.S. La decadencia del entorno será el reflejo de la degeneración personal de los sueños e ilusiones de aquellos que vivieron el durante y después de la guerra, una imagen que la joven Ida contempla casi ajena. ida-pawel-pawlikowski Durante el viaje, Ida y Wanda -dos caracteres totalmente opuestos-, tendrán la oportunidad ya no sólo de escarbar en la historia de su familia, sino en la suya propia, desenterrando engaños y secretos de un pasado que conducirá a las protagonistas a una suerte de expiación catártica. En Ida, la gran baza de Pawlikowski es una apuesta estética contundente -evocadora de Dreyer y de Bresson- de planos fijos y una composición que juega con el desequilibrio de los aires, enmarcados en un formato hoy en día tan poco habitual como el 4/3. Además, el director ha recurrido a un blanco y negro poco contrastado donde imperan los tonos medios, tan austeros como los paisajes -rurales y urbanos- de la Polonia de los años 60 en los que se desarrolla la trama. Podéis ver la entrevista que Sala 1 realizó al director. Igualmente sobria es la interpretación de la protagonista que, coherente con el planteamiento desdramatizado de Pawlikowski, quizás aleja en exceso al espectador de la emoción de la narración. Y son este excesivo mimo y adhesión al planteamiento estético de la película los que diluyen la fuerza de la historia y convierten a Ida en una obra de arte profundamente bella, pero también terriblemente fría.















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