miércoles, 8 de noviembre de 2017

The Dark Room (2001)

Una absor­bente pelí­cula ambien­tada en los últi­mos días del nazismo es lo que se apre­cia en Lore. Des­pués de haber logrado un exi­toso debut con Somer­sault (2004), la rea­li­za­dora Cate Shortland ofrece un drama de super­vi­ven­cia mos­trando cómo la trans­mi­sión de mons­truo­sas ideas de padres a hijos pue­den gene­rar trau­má­ti­cos sinsabores. El guión escrito por la direc­tora y Robin Mukher­jee en base a la novela The Dark Room (2001) de Rachel Seif­fert, se ubica en abril de 1945 durante los últi­mos días del régi­men nazi cuando las fuer­zas alia­das ya con­tro­lan el poder. Den­tro de ese con­texto obser­va­mos cómo Lore (Sas­kia Rosen­dahl) de 14 años de edad, sus cua­tro her­ma­nos meno­res, de los cua­les uno de ellos es una cria­tura de esca­sos meses, así como su madre (Ursina Lardi) cele­bran el regreso del padre (Hans-Jochen Wag­ner) –un alto ofi­cial de la SS– del frente de gue­rra ale­mán. Des­pués de eli­mi­nar cual­quier evi­den­cia de docu­men­ta­ción o foto­gra­fías com­pro­me­te­do­ras que dela­ten la par­ti­ci­pa­ción que les cupo en la causa nazi, el padre es arres­tado y enviado a pri­sión en tanto que la trau­ma­ti­zada madre decide par­tir para entre­garse a los alia­dos y de esta manera sal­va­guar­dar a sus hijos; antes de hacerlo, urge a Lore para que se encar­gue de cui­dar a sus her­ma­ni­tos y que se diri­jan a la casa de la abuela que vive en Ham­burgo, tra­tando de evi­tar cual­quier con­tacto con los “enemi­gos” alia­dos. Prác­ti­ca­mente aban­do­na­dos y sin dinero ni docu­men­ta­ción alguna, comienza para estos her­ma­nos un largo camino de 900 kiló­me­tros que los separa desde Baviera, donde viven, hasta el lugar de destino. De este modo, el relato adopta el carác­ter de road movie a tra­vés de la Selva Negra ale­mana donde se va con­tem­plando una Ale­ma­nia que yace en rui­nas en tanto que Lore y los peque­ños bus­can la forma de sobre­vi­vir frente a los pro­ble­mas de ali­men­ta­ción y la nece­si­dad de encon­trar refu­gio. Pron­ta­mente los chi­cos enfren­tan el pri­mer esco­llo al encon­trarse con tro­pas ame­ri­ca­nas que le deman­dan iden­ti­fi­ca­ción sin tenerla; la opor­tuna inter­ven­ción de Tho­mas (Kai Malina), un joven pro­visto de docu­men­ta­ción judía, los salva de ser dete­ni­dos al hacer­les apa­re­cer como sus hermanos. La rela­ción ambi­va­lente que va sur­giendo entre Tho­mas y Lore es uno de los aspec­tos más intere­san­tes del relato. A pesar de la atrac­ción que la ado­les­cente des­pierta en el mucha­cho, él no puede igno­rar la cir­cuns­tan­cia de que Lore está imbuida de la insi­diosa ideo­lo­gía nazi que ha sido incul­cada por sus padres y que en prin­ci­pio ella podría odiarlo por ser judío. A tra­vés de la muy expre­siva actua­ción de Rosen­dahl, el film rea­liza una buena explo­ra­ción del uni­verso ado­les­cente per­mi­tiendo que la joven actriz exprese con­vin­cen­te­mente el pro­ceso de madu­rez y la pér­dida de inocen­cia de Lore tra­tando de sobre­lle­var el pesado legado nazi reci­bido de sus padres para final­mente tener que admi­tir una ver­dad que le fue ocul­tada durante muchos años. De algún modo, la suerte de esta ado­les­cente es la de muchos ale­ma­nes que vivie­ron ence­gue­ci­dos por la influen­cia de un régi­men insano y cri­mi­nal que con­dujo al país a un desas­troso desen­lace. Jorge Gut­man



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